Me presento a ustedes, pues mi fama no tiene precedentes, efectivamente y aun bien, sería poca en comparación con los muchos méritos y deméritos que adornan mi biografía.
Ach ja! Bueno, jovencitos. Mi nombre es Santa Hildegarda, pero pueden llamarme Hilda. Dejen que les prevenga, yo, ya soy fantasma viejo, y al igual que en Cuento de Navidad, vengo a mostrarles que no hay acción sin consecuencia.
Yo fui un berliner, sí, yo fui un donut. No ha muchos años que vivía en una de las concurridas calles cercanas a Görlitzer Park, aunque con el correr del tiempo y de mi periplo vital-periplo significa viaje, aprendan-, me trasladé a las inmediaciones de Frankfurter Tor. Escuchen, mi historia -ruido de cadenas-.
Hay una advertencia que puedo hacer, ya que he experimentado los riesgos que entraña…
¡Montar en transporte público sin billete, destroza los nervios!
Nunca, nunca, lo hagan, por más que su osadía les empuje a subirse a un S-bahn atestado de berlineses, perros, bicicletas y jóvenes alternativos. No lo hagan, porque agazapado entre dos pasajeros, está su perdición, el terror para su sistema nervioso. Un fulano o fulano se le acerca, ¿”Fahrskarte, bitte?” y ¿tienen billete? ¿no, verdad?, claro que no.